Rara, como escindida
Antes de ser madre tenía una idea infantil de lo que significaba. Fantaseaba con tener hijos, pero no sabía lo que realmente implicaba. Una conocida que estuvo muchos años en tratamiento de fertilidad cayó en una depresión postparto después de tener a su hija. “Yo veía los comerciales de pañales en la tele y pensaba que ser mamá era eso”, se lamentaba. Muchas mujeres fantasean con quedar embarazadas sin tener en cuenta que el embarazo es solo un medio para un fin: tener un hijo. Y un hijo, un bebé real, tiene poco que ver con el hijo fantaseado, anhelado, buscado. Un bebé llora sin pausa, ensucia pañales, no se prende a la teta, es demasiado inquieto, no duerme, no se calma con nada, no nos deja un segundo en paz… Es varón cuando queríamos una nena, nace antes de lo previsto cuando planificamos un parto respetado… Un bebé engorda, deforma el cuerpo. Y tener dos bebés es directamente demencial. Cuando fui a mi primera visita con un obstetra especializado en embarazos múltiples dijo “Tener dos bebés no es normal, el cuerpo humano está preparado para un solo bebé”.
Los discursos new age dirán que si una mujer puede concebir dos hijos al mismo tiempo de forma natural, entonces es porque se puede. Pero en general no se puede llevar adelante un embarazo de estas caracterísiticas sin ayuda de la ciencia (porque son de alto riesgo) o de una vasta red de parientes y de múltiples niñeras (porque se necesitan cuatro manos y no solo dos). Tener mellizos pone al hombre en el lugar de una mamá. Durante los primeros años de vida, entre el bebé y la mamá se arma una díada que por lo general el hombre no hace más que acompañar. Más allá de que puede colaborar (y muchísimo) no es lo mismo el rol del padre que el de la madre. La maternidad es biológica; la paternidad, cultural, dirían los psicoanalistas. Pero con dos bebés, el padre se ve forzado a convertirse en una segunda mamá. Y el hombre (perdón si sueno machista) no nació para ser madre. Por eso me pareció mal que en un podcast que escuché sobre mellizos entrevistaran solamente a una pareja de lesbianas. ¡Ya quisiera tener una mujer al lado para criar a mis hijos! En cambio, tengo a un hombre que solo sabe ser hombre: los llantos de bebé no interrumpen su sueño profundo, no quiere resignar sus viajes de trabajo ni su carrera y otros clisés.
Cuando nacieron mis hijos yo no dimensioné que iba a necesitar ayuda. Llegamos a casa del hospital y no teníamos niñera. Juan tuvo que volver a trabajar a la semana y yo me quedé sola con los dos bebés completamente desbordada. Los dos lloraban a la vez, querían teta a la vez, upa a la vez. Me acuerdo de que llamé a una puericultora para que me enseñara a darle la teta a los dos al mismo tiempo, como había visto que hacían las influencers de mellizos en Instagram. Lo gracioso fue que la contacté por Whatsapp y cuando llegó resultó ser la profesora de la colonia de mi hijastra (nota al pie: también me pasó con el obstetra de mellizos, que resultó ser el padre de uno de sus compañeritos del colegio). Pero bueno, les contaba, entonces, que esta mujer súper simpática vino a casa, me explicó la complicadísima maniobra para la cual hacía falta otra persona que sostuviera a los bebés, me sacó unas fotos divinas en las que parezco la Mujer Maravilla, se fue con la promesa de que “Sí, se puede”… pero nunca pude poner nada en práctica. Como no podía darles la teta a los dos, me sacaba leche cada tres horas, incluso de noche. Al final, al borde de colapsar, hablé con otra puericultora que me liberó de la culpa y dijo que tenía que ser menos exigente conmigo misma. “¿Para qué querés dar la teta?”, preguntó. “Tenés dos bebés y vas a hacer lo que puedas”. Ese día decidí que mis hijos se iban a alimentar con fórmula, dejé de leer artículos sobre lactancia materna y me entregué al destino.
Desde que fui mamá siento que no habito el mundo que habitan los demás. El otro día leí a una autora que sostiene que la mujer se convierte en una mamá-bebé cuando tiene un hijo, porque piensa y percibe todo a través de su bebé y viceversa. Yo experimento algo así. Siento que no estoy en este mundo, no me logro conectar del todo con otra cosa que no sean los bebés. Estoy escindida de la realidad: de las series, las obras de teatro, los recitales, y hasta del trabajo estoy desconectada. Veo solo a unas pocas amigas. El mundo me parece un lugar hostil. No quiero enterarme de nada. No leo los diarios, no sigo la política ni la economía. Yo, que en otro momento trabajaba como periodista y estaba al día con la actualidad del país y con todas las obras de teatro que se estrenaban, festivales de cine y literatura, vivo en una burbuja donde lo único que importa es si mis hijos saben que la vaca dice muu y el perro hace uauau.
Por las noches, releo mi blog de juventud en busca de mi esencia. Me reencuentro con esa que fui a los veinte años y me gusta lo que leo. No me está pasando eso con la mujer que soy ahora, que vive escindida del mundo y en modo supervivencia. Dice Clarice Lispector, madre de dos varones, “Es en vano luchar: hay algo infantil en mí que nunca va a cambiar”. Yo siento todo lo contrario. Siento que la maternidad me volvió adulta, responsable, aburrida y sin tiempo para nada. Veo que otras mujeres tienen hijos chiquitos e igual trabajan, se pintan las uñas, salen con sus amigas a cenar, se compran ropa... ¿Cómo hacen? Quizás es porque tienen un bebé y no dos. Pero entonces, ¿cómo se las arreglan las celebrities con mellizos? Julia Roberts, Sarah Jessica Parker, Jennifer Lopez, Angelina Jolie… Ustedes dirán que tienen un ejército de niñeras, pero de todas formas son madres. Es decir, en algún momento del día tienen que conectar con sus hijos, leerles un cuento, jugar, ocuparse cuando están enfermos… Yo no sé cómo hacen. No tengo ninguna certeza. Lo único que sé es que quiero merendar pero la niñera se comió mis galletitas Toddy.